
Medicus Mundi
Siendo la salud un bien fundamental para el bienestar individual y colectivo, en Medicus Mundi (MM) trabajamos por el derecho humano a la salud de todas las personas, especialmente las más vulnerables. Entendemos la salud como un completo estado de bienestar físico, social y mental y no solo como la ausencia de enfermedades. Es por ello que, considerando que las mujeres son uno de los colectivos más vulnerables en cualquier parte del mundo, incidimos especialmente en lo que tiene que ver con sus derechos, sus derechos sexuales y derechos reproductivos y la prevención de las violencias machistas.
En ese sentido, los proyectos de Cooperación para el Desarrollo que MM Araba, MM Bizkaia y MM Gipuzkoa llevamos a cabo de la mano de organizaciones locales en países del Sur Global, persiguen cuestionar y transformar las estructuras de poder que, también en los países del sur subordinan a las mujeres, generando desigualdad y violencia. Es el caso, por ejemplo, de los países del continente africano donde las tres asociaciones Medicus Mundi de Euskadi trabajamos, RD Congo, Etiopía y Ruanda.

«Mujeres congoleñas en una capacitación organizada por la ONGD SPR Grands Lacs.»
Claro está que, en contextos empobrecidos, la falta de recursos agrava las condiciones de vida de la población, también de las mujeres.
Por ello, trabajamos para que las mujeres se reconozcan como personas con derechos, asegurando su acceso a salud, educación, medios de vida, recursos económicos y oportunidades de empoderamiento. Así, las mujeres están empezando a cuestionar los mandatos sociales y culturales que las subordina; a reclamar su lugar en sus comunidades y a participar en los espacios públicos y espacios de toma de decisiones. Lo que, sin duda, les posibilita avanzar en la construcción de sociedades más justas.
La Región somalí de Etiopía es un territorio de contrastes extremos: altas temperaturas, sequías interminables, inundaciones repentinas… En estas condiciones hostiles, las mujeres han sostenido la vida durante generaciones. Son ellas quienes recorren kilómetros para traer agua, quienes cuidan del ganado, quienes educan a las criaturas, quienes mantienen los hogares y, muchas veces, quienes son sometidas a prácticas ancestrales como la mutilación genital femenina o los matrimonios forzados en la adolescencia. Sin embargo, rara vez son escuchadas. Rara vez ocupan espacios de decisión. Rara vez aparecen en las estadísticas que definen el futuro de su país.
Cuando desde Medicus Mundi llegamos allí, en el año 2015, lo primero que nos encontramos no fue la miseria. Fue la dignidad. Fue una fuerza silenciosa, tejida entre mujeres que no piden caridad, sino herramientas. Mujeres que, si reciben una oportunidad, la multiplican. Que, si aprenden a leer, enseñan. Que, si forman una cooperativa, la expanden. Que, si construyen un pozo, reparten el agua. Y Ashaa, desde su posición de liderazgo, lo sabe bien: no se puede pedir a una mujer que defienda sus derechos si no tiene con qué sostenerse.
“En esta región, el 98% de las mujeres ha sufrido mutilación genital. Una de cada cinco niñas es forzada a casarse antes de los 18 años. Más de la mitad abandona la escuela al empezar a menstruar, y muchas de ellas no vuelven nunca.”
Ashaa es una mujer de la Región somalí de Etiopía y coordinadora de los proyectos que desde Medicus Mundi desarrollamos junto a la organización Pastoralist Concern allí. También es muestra no solo de lo que se hace, sino de lo que ya está cambiando. Hablemos con ella.

«Ashaa, integrante de la ONGD etíope Pastoralist Concern.»
“Etiopía es un país de enorme riqueza cultural y ancestral, pero también uno de los más desiguales del mundo. En el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, ocupa el puesto 175 de 191. Y dentro de Etiopía, la Región somalí representa uno de los rostros más duros de esa desigualdad. Ubicada en el este del país, fronteriza con Somalia y Yibuti, es un territorio inmenso, seco, disperso, azotado por el cambio climático y por conflictos territoriales y políticos que llevan décadas sin resolverse.”
“Aquí, las sequías no son un fenómeno estacional. Son una rutina que lo condiciona todo: el alimento, la salud, el agua, la vida. Cuando no hay agua, el ganado muere. Cuando el ganado muere, las familias se quedan sin sustento. Y cuando eso ocurre, las mujeres —las responsables del agua, del hogar y de la vida comunitaria— somos las primeras en pagar el precio.”
“En esta región, el 98% de las mujeres ha sufrido mutilación genital. Una de cada cinco niñas es forzada a casarse antes de los 18 años. Más de la mitad abandona la escuela al empezar a menstruar, y muchas de ellas no vuelven nunca. La pobreza menstrual, la falta de acceso a servicios básicos y el peso de una cultura patriarcal hacen que el cuerpo femenino sea, muchas veces, un lugar de sufrimiento y silencio.”
Pastoralist Concern y Medicus Mundi trabajamos ahí, en los márgenes. Donde no hay hospitales ni carreteras. Donde la educación es un privilegio, y el agua una urgencia. Donde la violencia estructural se confunde con el paisaje. Donde las mujeres están menos representadas. Tienen menos voz. Están menos educadas. Hacen la mayor parte del trabajo… pero sin reconocimiento. Pero también donde, contra todo pronóstico, las mujeres empiezan a organizarse y a cambiar lo que parecía inamovible.
“Los proyectos que desarrollamos junto a Medicus Mundi y la financiación de instituciones vascas y españolas tienen cuatro pilares principales: acceso al agua, alfabetización, autonomía económica y derechos sexuales y reproductivos.”
“Porque no se puede pedir a una mujer que enfrente la violencia si no tiene con qué sostenerse.”
“Antes, una mujer caminaba durante horas para traer agua. Ahora, con bombas de agua… Abre el grifo. Llena su cubo. Y vuelve con tiempo. Con fuerza. Se ha trabajado con los líderes religiosos y comunitarios, todos hombres, para garantizar la participación de las mujeres en los comités de gestión del agua. Cada Birka lo gestionan 8 representantes de la comunidad. Ahora, el cincuenta por ciento son mujeres.”

«Birka: Depósito de agua, que se usa para recoger y almacenar agua de lluvia.»
“Antes, no sabían leer ni escribir. Antes no podían hablar. Aprender a leer no es solo aprender palabras. Es aprender a decir no. A tomar decisiones. A escribir una nueva vida. Ahora pueden ayudar a sus hijos e hijas con los deberes. Resuelven conflictos familiares y comunitarios. Aquí, siempre han existido los Comités de Ancianos como estructuras de gobierno tradicionales. Con menor presencia del Estado, de tribunales y jueces, son estas personas mayores quienes, a menudo, resuelven conflictos, promueven acuerdos y construyen comunidad. Ahora, también hay Comités de Ancianas. Son lideresas. Intervienen en casos de violencia. Ya han empezado a resolver problemas. Pero, sobre todo, están transformando desde dentro los lugares más difíciles de mover: las costumbres, los prejuicios, las jerarquías. Ahora el matrimonio forzado, la mutilación genital femenina o la violencia de género no son problemas sin salida. Ahora tienen una puerta. Y estas lideresas son esa puerta. Están sensibilizando. Escuchando. Proponiendo.”
“Antes, las mujeres se ocupaban del trabajo reproductivo, no remunerado. Se ocupaban de las tareas del hogar, del cuidado de la familia, de recolectar el agua, de trabajar la tierra y cosechar los alimentos, de pastorear el pequeño ganado. De sostener la vida, en la sombra. Ahora, gracias a las cooperativas, las mujeres obtienen un crédito que les permite emprender sus negocios. Son grupos compuestos por cinco mujeres organizadas. Son económicamente independientes. Autosostenibles. Lo que les permite luchar por un futuro que ellas quieran. El que quieran. No el que se les impone.”

«Mujeres en clases de alfabetización y construyendo cooperativas.»
“Antes, pero también ahora, las niñas sufren mutilación genital y son forzadas a casarse. La pobreza menstrual o la falta de acceso a servicios básicos de salud, son algunos ejemplos de la vulneración de sus derechos sexuales y reproductivos. Son prácticas lesivas arraigadas en nuestras tradiciones, en nuestra cultura, que buscan someternos a las mujeres a través del control sobre nuestros cuerpos. Durante generaciones, mujeres cortaron a sus hijas. Ahora, estamos trabajando para sensibilizar a la población sobre las graves consecuencias que acarrea, y ofreciendo otros medios de subsistencia a las mujeres que practican la mutilación a niñas, por ser hasta ahora su único medio para obtener ingresos económicos. Hoy, muchas de esas mujeres están cortando con el pasado. Porque ahora tienen otra opción.”
Este testimonio no es solo para leer. Es una invitación a mirar de frente. A cuestionar lo que damos por hecho. A entender que los derechos no son sólo patrimonio de quienes tienen voz, sino también de quienes se la han tenido que ganar.
Hemos recorrido con Ashaa los caminos secos de la Región somalí. Caminos donde antes solo había resignación, y ahora hay red. Donde había silencio, y ahora hay palabras. Donde había obediencia, y ahora hay organización. No han esperado a que nadie las salve. Han empezado a salvarse entre ellas.
Este no es un relato de víctimas. Es una historia de transformación. Porque mientras en algunos lugares del mundo se discute sobre el futuro, en otros ya se está construyendo con las manos. Con bombas de agua, con alfabetización, con cooperativas. Con dignidad.
Las mujeres de la Región somalí nos han mostrado que no se necesita permiso para cambiar las cosas. Solo decisión. Y la tienen. Solo herramientas. Y empiezan a tenerlas.
Si ellas pueden cambiar el mundo con tan poco… ¿Qué haremos nosotras, con tanto?