


El cambio climático es ya una realidad. Una realidad que puede y está causando estragos en el planeta y en la vida de las personas. Precipitaciones irregulares, largos periodos de sequía, inundaciones, disminución de recursos hídricos, récords de temperaturas, subida del nivel del mar… Tal y como recoge la ONU, “el cambio climático está afectando a todos los países de todos los continentes. Está alterando las economías nacionales y afectando a distintas vidas. Los sistemas meteorológicos están cambiando, los niveles del mar están subiendo y los fenómenos meteorológicos son cada vez más extremos”.
El cambio climático es, asimismo, una de las mayores amenazas para la salud de las personas en todo el mundo, y afecta a las condiciones de vida (económicas, medioambientales,…) que determinan nuestra salud. Por ejemplo, poder respirar aire no contaminado, tener acceso a sistemas de agua potable y saneamiento, tener alimentos y una vivienda segura. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud prevé que “entre 2030 y 2050, el cambio climático causará unas 250.000 muertes adicionales cada año debido a la malnutrición, el paludismo, la diarrea y el estrés calórico”.
El estado Español no es ajeno a esta realidad. Según la AEMET, el verano de 2022 fue “el verano más cálido de la serie histórica en un país cada vez más árido”. Es más, desde la agencia estiman que “desde los años 80 del siglo XX, se han alargado diez días por década los veranos”. La falta de agua de lluvia ha provocado el desabastecimiento de agua potable que se sufre en varias comunidades del país, como es el caso cercano de Navarra.
Pero, esta realidad tampoco impacta a toda la población por igual. Las relaciones de poder desiguales, la inequidad de género y la discriminación hacen que las mujeres y las niñas sean a menudo las más afectadas durante una crisis, también en la crisis climática: son ellas las que asumen responsabilidades en cuanto a la alimentación o el agua. Además, una cuarta parte de la población mundial son mujeres rurales que se dedican a la agricultura o ganadería. Las sequías y precipitaciones irregulares perjudican, por tanto, su trabajo, y muchas niñas se ven obligadas a dejar de estudiar para apoyar a sus familias.
Por otro lado, esta emergencia también tiene efectos sobre los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Supone una reducción o ausencia de servicios en zonas afectadas por catástrofes naturales, lo que implica un aumento de la mortalidad materna. En situaciones de crisis humanitarias o desplazamientos forzados, en muchos casos consecuencia de catástrofes naturales o sequías, aumentan las agresiones y violencias machistas.
Las causas de este fenómeno que hace peligrar los derechos humanos se atribuyen a las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, reducir estas emisiones no evitará que estas tendencias se mantengan en las próximas décadas. El Banco Mundial calcula que para 2050 en torno a 140 millones de personas en América Latina, África Subsahariana y Asia tendrán que emigrar dentro de sus regiones.
En medicusmundi entendemos la salud como un derecho fundamental, un bien universal y un asunto de justicia social. Es por ello que trabajamos para garantizar el acceso a la salud, apoyando proyectos de Desarrollo en aquellos países donde más restringido tienen su acceso, y con aquellas poblaciones que más afectada ven su salud.
Si bien el cambio climático provocado por los gases de efecto invernadero que se producen mayormente en el Norte Global afecta a toda la población mundial, son los países del Sur Global los que más sufren sus consecuencias. El continente africano es uno de ellos, y es por ese motivo por el que medicusmundi Araba, Bizkaia y Gipuzkoa apostamos por proyectos de Desarrollo con organizaciones locales de países como Etiopía, Mali o Ruanda, donde la realidad socioeconómica, la procedencia, el género o la realidad medioambiental tienen un impacto directo y tremendamente perjudicial sobre sus derechos más fundamentales.
La región Somalí en Etiopía, una de las regiones etíopes en las que trabaja medicusmundi Gipuzkoa, carece de inversión pública suficiente en infraestructuras y servicios básicos como agua, sanidad o educación.
Si a la ya difícil situación que viven le sumas una sequía prolongada, la más severa de los últimos 50 años debido a los más de cuatro años de estaciones de lluvias fallidas, la población enfrenta una situación de emergencia.
La organización Pastoralist Concern (PC), socia local de medicusmundi Gipuzkoa, nos comparte de primera mano, de qué manera está afectando el cambio climático al territorio y a la forma de vida de la población.
La falta de lluvia tiene consecuencias de forma directa en el acceso que, tanto la población local, como el ganado, su principal fuente de sustento, tienen al agua y a alimentos básicos. Tal y como relata Khalif Ahmed, Coordinador de PC, “la cría de ganado, que genera el 95% de sus ingresos, se ve fuertemente afectada por la sequía. La falta de agua provoca que los pastos se sequen y la falta de alimento y agua para los animales hace que éstos se debiliten, afectando a su productividad o provocando su muerte”. Según la Oficina de Gestión de Desastres y Riesgos de la Región Somalí, “sólo durante los últimos 6 meses del 2022, murieron aproximadamente 115.000 cabezas de ganado en la zona de Afdher”.
Ello, a su vez, provoca la pérdida de empleo, la imposibilidad de comprar alimentos básicos, el agotamiento de la vegetación y de los cultivos, el aumento de la inseguridad alimentaria y de agua, el aumento de enfermedades como el cólera, el sarampión o la fiebre tifoidea, y la degradación del medio ambiente, destruyendo los medios de vida de cientos de miles de personas. En esta situación, muchas personas se ven obligadas a migrar, a desplazarse a otros territorios dentro del país. Según la OIM, la Organización Internacional para las Migración, hasta julio de 2022, “más de 2,7 millones de personas estaban desplazadas a nivel nacional”.
Para paliar el desabastecimiento y sus impactos, desde medicusmundi Gipuzkoa se están apoyando proyectos de ayuda a la emergencia: Proporcionando cestas de alimentación básica; construyendo Birkas, construcciones subterráneas para la recogida de agua de lluvia, y pozos; invirtiendo en infraestructuras de salud y formación del personal sanitario, entre otros.

Pero, en esa situación de emergencia, la realidad que viven las mujeres es aún más grave por la desigualdad de género a la que se enfrentan. Khalif Ahmed relata cómo “las mujeres y niñas pastoras, que ya sufren una exclusión sistémica en la toma de decisiones y el acceso a los recursos (por ejemplo, agua, educación y sanidad), ven agravada su situación debido a la sequía“. Y confirma que entre la población a la que atienden, “la sequía ha incrementado la violencia sexual y de género, ha aumentado la carga de trabajo de las mujeres que tienen que ir a buscar agua a kilómetros de distancia (entre 2 y 12 horas), lo que ha afectado a su salud y las ha hecho vulnerables a la malnutrición y a las enfermedades derivadas del agua, como el cólera, que han afectado a muchas personas con una elevada tasa de morbilidad y mortalidad”.
Además, “como consecuencia de la sequía, muchas mujeres se vieron obligadas a trabajar como empleadas domésticas y el riesgo de explotación es siempre alto, se producen matrimonios precoces con el objetivo de que los padres se enriquezcan con el pago de la dote, lo que supone una violación de los derechos de la mujer”, añade.
UNHABITAT concluyó en 2016, tras realizar estudios en 141 países “que ante un desastre natural, las mujeres y las niñas tienen 14 veces más probabilidades de morir que los hombres”.
Es por todo ello que, además de proveerles de los recursos más básicos, desde medicusmundi Gipuzkoa también se están desarrollando proyectos de Desarrollo Comunitario: Apoyando el empoderamiento de la mujer; el desarrollo económico local a través de la alfabetización y los microcréditos para mujeres emprendedoras; el cumplimiento de los Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos; la prevención de prácticas lesivas como la Mutilación Genital Femenina o el matrimonio infantil; y la capacitación del personal sanitario, entre otros.
Las principales problemáticas ambientales a las que se enfrenta Ruanda debido al cambio climático son variadas dependiendo de la zona del país. Debido a los desajustes de los fenómenos meteorológicos, Ruanda está sufriendo falta de precipitaciones en algunas zonas y exceso en otras, provocando el aumento de la propagación de enfermedades.
Ruanda es un país profundamente agrícola, especialmente para la subsistencia, por lo que las alteraciones climáticas que afectan directamente a los cultivos también lo hacen sobre el desarrollo socioeconómico de la inmensa parte del país. Augustin Bahati, Secretario ejecutivo de la Organización ruandesa ARDE-KUBAHO, organización aliada de medicusmundi Araba y Bizkaia, advierte que, “las variaciones en la productividad de las cosechas son cada vez mayores, lo que provoca un aumento del riesgo por inseguridad alimentaria”.
Además de la pérdida de empleos y la inseguridad alimentaria, el cambio climático ha generado o incrementado otros problemas ambientales como el aumento de plagas, especialmente durante las épocas secas, o la pérdida de la cobertura vegetal debido a la deforestación por la densidad poblacional y las prácticas agrícolas. La falta de vegetación provoca una mayor exposición a los desastres naturales adversos (como fuertes vientos y lluvias torrenciales) aumenta la evaporación (reduciendo la cantidad de agua en los cultivos y reservas), reduce la capacidad de filtración en la tierra (provocando inundaciones o desplazamientos de tierra), relatan mujeres de las 7 cooperativas activas. El pasado mes de mayo las lluvias torrenciales dejaron 131 personas fallecidas y cerca de 5.600 hogares destruidos, además del desplazamiento de 9.231 personas.
Tal y como relata Bahati, “en Ruanda, las mujeres y niñas tienen asignado socioculturalmente el rol del suministro de alimentos y agua. La mayor parte de ellas trabaja en la agricultura, siendo este el sector laboral más importante para garantizar ingresos y alimento a sus familias. Esta situación genera que las mujeres tengan que dedicar menos tiempo a otras actividades tanto personales como familiares y comunitarias, como la participación en espacios de decisión comunitaria, actividades de formación o su tiempo libre. Las niñas incluso se ven obligadas a dejar de asistir a clase por ir en busca de agua, ayudar con las tareas domésticas o apoyar en los cultivos”.
Ante estas situaciones de emergencia, medicusmundi Araba y Bizkaia apoyan con acciones puntuales a las familias damnificadas del distrito rural de Kamonyi, con la adquisición de alimentos básicos, útiles de cocina, mantas colchones, jabón, potabilizadoras de agua o planchas para los tejados de las casas derruidas.
El país de Mali también sufre uno de esos extremos. La estación de lluvias duraba en torno a tres meses. Las familias campesinas tenían así el flujo de agua necesario para el cultivo de la tierra y generar reservas de cereales para todo el año. Sin embargo, tal y como explica Janeth Patricia Aguirre Chica, religiosa que lleva más de una década trabajando en el país africano, “con el cambio climático las lluvias han disminuido, tanto en tiempo como en intensidad. Llueve mucho menos y en los últimos años, las precipitaciones son muy espaciadas”. Así el campesinado se ha visto obligado a “recurrir a otros tipos de semillas resistentes a la sequía, y a completar la cantidad de comida faltante con productos que encuentran en el mercado, con muchos químicos y poco nutritivos”. Además, añade que “los pozos que antes abastecían la necesidad de agua para las personas y para los animales se han ido secando, y se hace necesario perforar pozos comunitarios mucho más profundos para responder a las necesidades más urgentes: alimentación y aseo”.
La falta de agua, las escasas lluvias para cultivar, y la necesidad de compensar los vacíos en las cosechas, ha provocado que muchos jóvenes emigren a las comunas urbanas a trabajar para compensar las necesidades de sus familias. Como consecuencia, se ha disminuido la mano de obra activa en los campos y están creciendo las extensiones de tierra sub-explotadas. Tal y como explica Janeth Patricia Aguirre, “las mujeres se quedan en los campos, y se ven obligadas a suplir los trabajos de los hijos y maridos, trabajos que en su mayoría requieren de mucho esfuerzo físico: sacar el agua de los pozos, buscar la leña para cocinar, cultivar el huerto…”
Con todo, Aguirre se muestra optimista. “Hoy más que nunca en Mali hay una ola muy positiva de empoderamiento de las mujeres, como fundamento activo de la transformación social que se viene dando desde hace algunos años. Aunque, es cierto, a las mujeres les falta tiempo para dedicarse a lo que ellas desearían: alfabetizarse, aprender nuevos oficios, optimizar sus capacidades. De esta manera se retrasa la transformación que la mujer podría acontecer en la sociedad maliense”.
En la lucha contra el cambio climático, ni todas las personas tienen la misma responsabilidad, ni todas lo sufren igual: el continente africano no genera ni un 3% de los gases de efecto invernadero que potencian el calentamiento global. Sin embargo, la brecha Norte-Sur es cada vez más grande. No solo por la desproporcionada huella ambiental que los países del Norte global genera respecto a los del Sur para seguir alimentando el actual sistema neoliberal y capitalista, sino por la deuda ecológica que este genera en países empobrecidos.
África, está sufriendo graves consecuencias climáticas a las que no puede hacer frente como lo harían otros países con mayores recursos. Una situación de vulnerabilidad que se traduce en pérdida de empleos, aumento de enfermedades derivadas del escaso acceso al agua de calidad, crisis alimentarias e incluso conflictos por el acceso y gestión a recursos naturales estratégicos. Conflictos que generan guerras, desplazamientos, exclusión, explotación, desigualdades y aumento de la pobreza. Una situación que atenta una y otra vez contra una vida digna y sana para todas las personas, vulnerando sus derechos y dificultando su desarrollo.
Las cumbres internacionales, como la última COP27 que tuvo lugar en Egipto el pasado 14 y 15 de septiembre de 2022, muestran ante la comunidad internacional su compromiso y preocupación por la justicia socioambiental, aunque resultan ser esfuerzos que no terminan de calar en las necesidades actuales de los países más perjudicados. Los responsables de esta situación, mayoritariamente grandes corporaciones multinacionales y gobiernos fuertemente influenciados por ellas del Norte Global, siguen sin destinar fondos suficientes ni poner en marcha políticas realmente comprometidas con los retos socioambientales actuales. Aunque se ha aprobado un fondo económico para mitigar el cambio climático en esta última Cumbre del Clima, sigue sin ser suficiente si no se apuesta por una transformación del modelo económico y una educación de calidad que fomente el cambio cultural necesario para la transformación ecológica que se necesita.
La puesta en marcha de fondos que generen una inyección económica para hacer frente a la mitigación y adaptación al cambio climático es esencial, aunque otras medidas como la apuesta por el sector energético o el consumo resultan mucho más claves, pues son la principal fuente de gases de efecto invernadero que potencian el calentamiento global y el cambio climático.
La transición a modelos energéticos libres de fuentes fósiles ya no es una opción, sino una necesidad. La energía es un recurso necesario para poder desarrollar nuestra vida como seres humanos. Además, la cuestión energética resulta clave en la justicia social y en la equidad de género. El tipo de energía que se fomente, produzca y consuma, como colectivo o individualmente, condiciona también el modelo de sociedad que se impulsa. En este contexto el continente africano presenta fuertes potencialidades en materia de energías renovables, y sector en el que Europa está realizando grandes esfuerzos para su fortalecimiento y desarrollo.
medicusmundi Araba, Bizkaia y Gipuzkoa.